jueves, 25 de septiembre de 2008

Juan de Dios Labrador, motivado por el amor a la tierra que lo vio crecer

Manos de labranza, manos de un creador





Mis raíces formativas están abonadas por el trabajo y la labor que junto a mi padre experimenté en el campo de la agricultura desde muy pequeño; así fue el crecer de Juan de Dios Labrador, hijo de padres agricultores y arraigados al campo y de costumbres conservadoras, ellos nombrados como Cristóbal Labrador y Beladais Hernández, quienes concibieron al menor de sus tres hijos en la flor de su juventud; siendo Juan de Dios por el ende el más apegado al hogar y al quehacer del campo.

Cuando estaba pequeño además de ayudar a las actividades del campo, también se tomaba un tiempo para soñar y divertirse con sus ocurrencias nada aisladas a las de un niño de su edad. En ese crecer entre el contacto con lo natural y rupestre de una lindo y sincero ser humano con grandes valores.

En esa formación familiar de bases católicas y personalidad algo sobria, reservada y poco expresiva se conjugada con una actitud luchadora, comprometida y responsable que oculta en el fondo a un hombre sensible y emotivo; que está bajo perfil, como una tortuga que se guarece bajo su caparazón.

Pero ese velo se disipó en medio del compartir y del encuentro cada vez más cercano y vivaz que se lograba a través del diálogo y la atmosfera de confianza que dejaba develar en Juan de Dios una mirada guiada por la tristeza y la fuerte nostalgia que engrandecía su rostro flageado por el transcurrir del tiempo.

Esa mirada mostraba a un ser herido del corazón por el vacío de encontrarse en sus setenta y dos años de vida en medio de la soledad que deja el estar alejado de su familia y encontrarse desde hace diez años en aquella finca, que es su hogar y en la cual piensa culminar sus días .

La educación familiar que recibió junto a sus padres ha determinado en él la concepción que tiene de la vida y de la familia, que a la final se evidenciaron en su adolescencia y proseguida juventud donde su corazón sólo tuvo una dueña, la que después, en un futuro sería su esposa y la madre de sus hijos.

De allí, junto a su esposa, de quien se limitó a dar mayor información, trajo al mundo diez hijos, de los cuales uno falleció cuando pequeño. Para salir adelante y se desempeñó en un arte que manejaba muy bien que era el trabajo en el campo junto a su padre quien le enseñó el arte del cultivo del maíz y el café.

Ese capítulo de su vida, constituye hoy un recuerdo que mantiene como tantos otros acervos materiales que preserva de sus hijos como una de sus más grandes tesoros que lo llenan de alegría y alivian su soledad. A pesar de todo, hoy agradece que las cosas pasaran así, aunque haya sido duro reconoce que con ello aprendió el arte de cocinar y el salir adelante.

Entre una de las anécdotas que lo han llevado a ser perseverante y sobre todo a proponerse metas, fue cuando niño, al ser llamado por la música y sobre todo los instrumentos de cuerda. Allí fue cuando se le ocurrió construir una guitarra con una lata de sardina, un nailo y un madero, obteniendo una acuática muy semejante según cuenta a la de la propia guitarra; ese fue instante grandioso e inolvidable.



Así inicio su motivación por la creación, por llevar a la realidad sus ideas siempre incitando por su entusiasmo y sobre todo movido por su necesidad de satisfacer una necesidad que buscara facilitar su trabajo, siendo ese el fruto de lo que constituyó su invento casero, fundamentado en un molino de café eléctrico.

Molino que construyó a base de una máquina de moler café rudimentaria, junto a un motor de dos caballos de fuerza, una arandela de madera y una banda, girada por la fuerza de la electricidad que logra triturar el café andino ya tostado.




Entre sus grandes gustos además de su labor en el campo es la música, que desde joven compartió y hasta hace pocos años mantuvo junto a sus amigos, con quienes creo un grupo motivados por llevar y promulgar toques musicales entre sus vecinos. De ello solo conserva una guitarra la cual resguarda entre sus mayores acervos personales.



En el transcurrir de una mañana azotada por la neblina y el deslizar de la brisa por las ladera montañosa y la abundante vegetación que rodea la situada casa de Juan De Dios, un madrugador y fiel hacendero quien el sin fin de tareas y ocupaciones propias de su trabajo, se mantiene activo al preparar su tempranero tinto acompañado de un bocado de chimo, el cual no abandona y considera su más grande delirio.


Cuando cruza la puerta que lo lleva al campo de trabajo deje ver el fuerte ímpetu y gran empeño que coloca en su cotidiano hacer, gracias al todo poderoso a quien cada día encomienda su existencia y en quien coloca su vida, "pues como se trabaja también se reposa, pues Dios hizo el mundo en seis días y el séptimo descanso".

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