jueves, 25 de septiembre de 2008

José Zambrano, tecnólogo popular:

“He vivido mi vida con miles de sacrificios”

Siempre ha puesto su vida en las manos de Dios, está convencido que él es quien guía sus acciones. Actualmente desarrolla otros de sus inventos, un trapiche hecho de madera, el cual aspira mejorar con la utilización de otros materiales y técnicas

Por Apolinar Velazco


Hombre de campo, dedicado a tiempo completo a su mayor pasión: el cultivo de la tierra; entregado incondicionalmente a sus hijos, quienes desde siempre han estado a su lado; humilde y sencillo y agradecido con Dios, fiel compañero que lo ha ayudado a sortear los obstáculos presentes en su vida, así es José Antonio Zambrano, tachirense de nacimiento pero apureño de corazón.

Treinta y cinco años los ha vivido en las llanuras del Alto Apure, suelo que ha sido protagonista de la apremiante sabiduría y el don investigativo que este tecnólogo popular ha sabido aprovechar para crear, con sus manos, verdaderas obras que le han facilitado su desempeño en estas pampas, caracterizadas por la imponencia del sol y la fuerza del viento barines que no parece dar descanso y un calor abrazador que tiende a disiparse con el pasar de las horas.

Infancia y pobreza extrema

A pesar de sus 76 años recuerda esta etapa de su vida como si no hubiese transcurrido tanto tiempo atrás. En medio de risas y llantos reseñó como sumido en la pobreza logró sobrevivir, “mi infancia transcurrió en Caño Negro, municipio Fernández Feo”, sin embargo cuando él y sus 19 hermanos habían crecido un poco más, sus padres, Cipriano y Gregoriana de Zambrano, decidieron trasladarse a otro lugar, “cuando estábamos más grandecitos nos trasladamos a la Aldea Macanillo, municipio San Cristóbal, allí empezamos a cultivar”.

Respecto a ello comentó que allí cosechaban arroz y caña de azúcar, aunque también yuca. Con su voz pausada agregó que “así fui pasando esa vida, con una pobreza muy grande, no teníamos nada, sólo unas pocas matas de café de las que recogimos los granos y mi papá los vendía, aunque el poco dinero que se lograba recoger, él se lo bebía en aguardiente, pues ese vicio lo dominaba”.

Aunque su padre manifestaba tal conducta, acotó este tecnólogo, siempre les enseñó el respeto y la honradez del trabajo, “mi papá era un hombre muy recio y al que no se le podía decir nada” y fue esa forma de ser la que después de que ellos ya estaban adolescentes y “que ya habíamos logrado cosechar y desarrollar otras actividades en la parcelita” le hizo vender esas tierras, dejándolos, según él, “por ahí sin nada”.

En medio de adversidades continuó su vida, “cuando papá vendió esa finca, nos fuimos a una montaña, allí nos acabamos de criar”, con los pocos recursos económicos construyeron “una casa humilde hecha de bahareque con barro por los lados”, allí las precarias condiciones les impedían vivir cómodamente y lograr recibir la formación intelectual que hasta la fecha no habían recibido.

Vida de inventos

Estar en el campo desde su nacimiento y vivir en un entorno lleno de limitaciones fue el determinante para desarrollar su capacidad inventiva, “mi papa siempre me enseñaba a hacer cosas así”, expresó además con añoranza aquel primer invento que hizo, estaba aún en la adolescencia y su progenitor lo guiaba en la elaboración, “una viejita, así se llamaba”. Explicó que era una especie de trituradora de caña de azúcar, aunque con algunas limitaciones, “para moler la caña se sufría mucho, se necesitaban dos personas, una la cargaba a las costillas y la otra la iba machacando, hasta que poco a poco iba destilando el guarapito”, señaló.

“Inventos míos, inventos que hago yo”, frase que constantemente empleó al referirse a otra de sus creaciones, que aún cuando eran fabricados por otros en el campo, no dejaba de tener características propias, “también fabricaba con mi viejo hornos para quemar la teja, los hacíamos bien grandotes” y para ello requerían de un barro gredoso al que con bueyes amasaban hasta conseguir el punto ideal.

Mencionó, no obstante con una expresión facial de desagrado y de arrepentimiento de lo vivido gracias a su realización, los alambiques con los que obtenía el aguardiente. Solo una olla y un pedazo guadua -planta de la familia de las poáceas muy común en el campo- eran los implementos necesarios para hacerlo, destilándose en éste un licor artesanal con 40% de grado alcohólico. Declaró que gracias a este aparato, al que hoy día llama “del demonio”, fue que estuvo sumergido en el alcoholismo, “por eso ahora no los hago y aunque muchos me pidan que los haga, no acepto”.

La necesidad, expuso, lo obligaba a fabricarlos, pues así ganaba dinero para comprar qué comer, pero dijo no hacerle falta recurrir a ellos actualmente. Narró además que viviendo en esas condiciones y siendo un amante de la cacería, elaboró un trapiche –invento que actualmente sigue desarrollando- a cambio de una escopeta, “así fue, lo hice y me quede con el arma, pues en ese tiempo no había más con que negociar, no había dinero y aquí lo que se miraba era monte por todos lados”.

Fe y esperanza en Dios

“La esperanza no se pierde, Dios tarda pero no se olvida” y es que esa religiosidad se percibe en las expresiones bíblicas que constantemente emplea, según su criterio “la palabra del Señor es quien lo reconforta”. Creencias que lo han ayudado a superar las pruebas a lo largo de su vida, “en una ocasión, cuando mis hijos ya estudiaban en la escuela, los maestros me dijeron que no los enviara más por no tener los uniforme”.

Con lagrimas en los ojos rememoró que “fue tanto lo que le pedí a mí Señor, que puso en mi camino un hombre que sin conocerlo se ofreció a ayudarme, fue tal mi sorpresa que se me aguaron los ojos cuando un día llegó y me dijo: no estoy aquí por interés, sino por que sentí la necesidad de hacerlo, aquí tiene, ropa para sus hijos”.

Es por ello que considera a Dios como el ser supremo que le dio el don para desarrollar tales creaciones, “sin él no somos nada” y está convencido de ello por todas las veces que ha salido adelante y superado los obstáculos. Entrecortado por la tristeza y a la vez por la alegría manifestó que estos testimonios le reafirman el poder que tiene la fe y la esperanza en él.

“La humildad por delante”

Con su típica forma de llevar puestos los pantalones, o como el dice “arremangárselos” y de andar a “pata pelaa”, habló sobre su relación con sus hijos y el legado que a ellos les ha dado, “desde hace 27 años me separé de mi esposa y tuve que hacerme cargo de mis hijos, diez en total, el menor de los varones siempre ha estado conmigo y me ha ayudado a cosechar estas tierras”.

“Siempre hay que ser humilde y eso se lo enseñé a mis hijos”, pronunció, “para otros no existe ese amor por la familia, para mí sí… cuantos sacrificios tuve que sortear para que ellos tengan las comodidades que hoy tienen”. Agregó que es eso lo que lo mantiene feliz y entregado al campo, donde ha tenido que labrar a diario al sol y al agua, “pero eso no me importa, eso es lo que me gusta, se útil y trabajar por lo que tengo”.

Por su humildad y sencillez se ha ganado el cariño y respeto de sus hijos, dijo no importarle el hecho de no haber tenido nada durante su infancia, adolescencia y juventud, pues lo considera una experiencia que lo ha ayudado a valorar lo que hoy día tiene, “no importa que no tenga nada, por que sé que si me enfermo ellos no me abandonarán”.

“No espero nada más”

“No espero nada más, sería un hipócrita hacerlo, Dios me ha dado todo lo que le he pedido”, resume su vida como una historia con altos y bajos, “estoy esperando el sueño profundo, estoy satisfecho con lo que hice en mi vida, ya no tengo más nada que hacer”, con insistencia lo puntualizó.

La capacidad para desarrollar cosas con materiales propios del lugar que habita lo ha hecho trascender más allá de sus tierras, con gran orgullo manifestó que todos estos inventos desarrollados los ha fabricado también para otras personas, quienes lo ven como un ser con un don privilegiado y aunque no se engalana por ello, tampoco le deja de prestar atención.

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